martes, 16 de diciembre de 2008

Corpse.

Aquella era una pluma tan amarilla, tan brillante como una luz intensa, que al momento de verla me hechizó. Mi padre entonces ya estaba enterrado, pero aun así otravez me le tuve miedo. Miedo a un muerto, sí, como nunca había pensado tenerlo; porque entonces me di cuenta que a los muertos no se les puede borrar tan fácilmente de nuestras vidas; no solo son memoria, son tantas cosas.
Él fue arquitecto, un afamado arquitecto y un padre mediocre. No se pueden unir dos profeciones tan difíciles sin fallar en alguna. Y mi padre falló como tal. Pero como arquitecto lo hizo bien: llegó a ser director de una constructora muy prestijiada, viajó lo mismo al sur del continente que al Amazonas, a las llanuras de mongolia que a las selvas de Borneo, recibió condecoraciones, títulos, premios... La muerte entonces le llegó temprano, pero el miedo a ella tarde; no como normalmente le sucede a la gente, que le teme desde que asumimos que vamos a morir algún dia. No, a él no le llegó hasta entonces Cuando se dio cuenta fue porque estaba a punto de morir de un cancer de pulmon que le diagnosticaron un mes antes de que dejara de respirar, no digo que de dejar de existir, porque eso, ahora lo tengo bien claro, es imposible. Ya no pudo ni hablar, no pudo despedirse, no creo que lo hubiese querido hacer.
Solo me miró el ultimo dia que lo visite en el hospital y cerró los ojos. Nisiquierea su mirada consituyo algo especial. Fue tan anodina, tan normal, que mis lagrimas se coagularon por dentro.
Y esa pluma estaba ahi, tan fuera de lugar, que quizá formo parte del collar de un hombre sabio, que a su vez le había arrancado a un ave muda. Esa pluma que al tocar yo se avergonzó haciendose más pequeña, más opaca, fue la que rompió el filo hilo que nos separabaa los dos. Así de delgada es la linea que separa a los vivos y muertos.
Cuando murió mi padre nadie lloró. Mi mamá suspiró muy hondo al momento de tirar aquel puño de tierra; yo la abracé y mi abrazo fue rechazado, fue entonces senti erizarse mi cabello. No supe entonces por qué.
Muchas veces busqué a mi padre: primero en aquella voz gruesa que llenó noches de navidad cons historias y lugares increíbles, y en aquella mano que con trabajos se decidía a acariciar mi cabeza. Luego en el espejo, después en otros hombres, en mi hermano en mis tios, en mis amigos, pero no, nunca lo encontré. Y nunca me imaginé encontrarlo así, convertido en un muerto y que el miedo que hasta entonces no conocía, se me presentaría como una constante que hasta hoy, al igual que el frío, los dolores de mis piernas, sancio, sé que nunca me abandonará. Los recuerdos con mi padre fueron todos inventados. Mi padre fue articulado por mí como un títere, pero que pronto arrancó los hilos de mi mano. Yo le invente un olor, un brillo fantástico en sus dientes, por eso ahora me da miedo verlo como en realidad es, por eso ahora me acurruco en mi cama envuelta en diez cobijas y cierro los ojos tan fuerte como puedo, tratando de soñar que la luz de mi lámparaes el sol y que mi madre me comprara una gelatina enorme frente a el lago, ese en donde nos soliamos ir a sentar, ese en donde los niños sueñan con hacerse a la mar para no volver a esas tierras donde solo se sabe esperar a la muerte tomados de las manos.
Al ver la pluma tan amarilla, tan brillante, tan llena de vida, rodeada de árboles muertos, supe que mi padre estaba a mi espalda, que los ojos de mi padre me miraban, y me miraba no como cuando murió si no con ese arrepentimiento que solo los muertos suelen tener. Un escalofrio que recorrio mi cuerpo. Era ese el miedo y la nostalgia, dos demonios que nunca se deben conjugar, pero entonces lo hicieron para que yo comprendiera lo que es el terror.
La palabra terror es tan fuerte tan seca como un trozo de madera. No dice nada en sí, porque nace de la inconsistencia , del lado animal que tenemos. Por eso ahora escribo para alejar a los dos gemelos obscuros y destruir su engendro, pero no es tan fácil, porque mi padre aun me sigue mirando, porque el sigue sufriendo y yo no quiero perdonarlo.
Mi padre cada vez acudió menos a mi casa. Su precencia se hizo tan esporádica, que empezamos todos a olvidarnos de él. Se fue diluyendo.
Mi madre murió años despues. Yo me quedé a vivir en ese mismo departamento. Entonces él ya no me visitaba, nisiquiera en navidad. Un cheque mensual era la única comunicación entre nosotros; yo me perdí entre la gente, no lo necesitaba. Y no fue hasta que él murió, después de lo que lo enterré y recibí las condolencias, de que llegue a mi casa, comi gelatina, despues suspiré aliviado por algo que no entendía.
De nuevo mire la pluma, que iluminaba aquel bosque fallecido. No la exhumé: solo la acaricié y la volvi a cubrir con trozos de madera y pasto seco. Pero el daño a la plima estaba hecho, el valor se había ido y mi padre había llegado.
Hoy el terror nos une y nos eleja. Hoy se que esto es un bosque fallecido. Lo demás es una pluma escondida bajo el piso, simplemente.
U.N.U.D